Saturday, May 19, 2007

Cuando era niño

me llevaron con un maestro, con un maestro de natación. Era el mejor nadador del pueblo, y nunca me había tropezado con nadie que estuviera más tremendamente enamorado del agua. El agua era su Dios, la veneraba, y el río era su hogar. Temprano -a las tres de la madrugada- lo encontrabas en el río; al atardecer, lo encontrabas en el río, y a la noche, lo encontrabas sentado, meditando al lado del río. Toda su vida consistía en estar cerca del río.
Cuando me llevaron con él -quería aprender a nadar- me miró, sintió algo. Dijo:
“No puede aprenderse a nadar; lo único que puedo hacer es tirarte al agua y el nadar va a surgir por sí mismo. No se puede aprenderlo, ni se lo puede enseñar; es una maña, no un conocimiento…”
Y eso fue lo que hizo -me tiró al agua y se paró en la orilla. Me hundí dos o tres veces y sentí que casi me ahogaba. El se quedaba parado, ¡ni siquiera trataba de ayudarme! Por supuesto, cuando está en juego tu vida, hacés todo lo que podés, entonces empecé a bracear -como sea, frenéticamente y surgió el truco. Cuando está en juego la vida, hacés todo lo que podés…y cada vez que hacés todo, pero todo lo que podés, ¡algo pasa!
¡Pude nadar!, ¡Estaba completamente